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Club del Perro de Presa Canario de Las Palmas
¿EL DOGO CANARIO?
La existencia de perros de presa en nuestro Archipiélago se remonta a las fechas posteriores a la conquista de las
Islas por parte de la Corona Castellana. La ulterior ocupación hizo que arribaran a Canarias multitud de colonos de
muy diversa procedencia, que recalaron aquí en busca de nuevos horizontes y que conformaron los cimientos de la
población isleña actual. El perro, como animal doméstico, era un utensilio de trabajo más de los incluidos en el
ajuar del campesino. Pastores, ganaderos, cazadores, carniceros, guardianes y un sinfín de ocupaciones diversas
emplearon al perro como herramienta válido para el desempeño de sus faenas y en virtud de su utilidad, lo trajeron
consigo, derramando por el territorio insular las variadas razas caninas que otrora existieran en la Península
Ibérica. Entre ellas se encontraban los Alanos, perros de presa que abundaron en España, empleados en diversas
tareas relacionadas con el ganado y la caza mayor. Entre sus labores destacaba la taurina “suerte de perros”, que
consistía en el agarre de los Toros que no daban la talla en las plazas, siendo “aperreados” para que el matarife
procediese a su sacrificio. En muchas regiones de España se les criaba para sujetar al ganado bravío que andaba
por los montes y reducirlo cuando fuese menester. Los canes hacían presa en el animal aferrándolo por las orejas,
el hocico o los testículos, permitiendo así que el carnicero o el ganadero se acercarse a la res y pudiese someterla.
En esta función, muy difundida en las representaciones artísticas de la época –entre las que destacan los grabados
taurinos de Goya- donde perros y toros eran, por lo general, los peor parados. La dureza del trabajo de los canes
nos ofrece una idea sobre la recia conformación que hubieron de poseer estos animales.
La montería era otra de las labores atendidas por los perros de presa españoles, misión que desempeñaron de
forma habitual hasta avanzado el siglo XX, y que consistía en inmovilizar a las piezas (incluido el temible Jabalí)
una vez que la rehala –compuesta por animales más ligeros- acorralaba al animal. Entraban entonces en la lid los
Alanos pesados, que no temían el enfrentamiento directo con la bestia y que podían mantener el agarre hasta que
el montero llegara para sacrificar a la captura.
Estos poderosos cánidos viajaron hasta Canarias como parte del menaje de los colonos castellanos y,
probablemente, alguno dejase su descendencia o quedase en los puertos canarios en su tránsito hacia las
Américas, donde también se empleó a estos polifacéticos perros en la conquista de las tierras colombinas. Los
españoles se sirvieron de ellos en las Américas para emplearlos como armas de guerra y donde originaron serios
reveses a los nativos del nuevo mundo.
Este debió ser el origen mas remoto del perro de presa de las Islas o, cuando menos, la más antigua de las
aportaciones de sangre que dieron origen a esta raza canina. Con este asentamiento comienza la historia de
nuestro perro de presa, que en sus albores vivió una accidentada historia, pues su dura existencia no distó mucho
de la de sus parientes peninsulares.
Estos primeros perros fueron dedicados a similares menesteres de los aplicados en el continente, con la excepción
de la caza mayor, puesto que en Canarias no existían piezas para la práctica de tal deporte. Pero sí el ganado
vacuno, introducido por los colonos y para cuyo sacrificio se hacía necesario el concurso de los perros. Así se
desprende de los acuerdos y ordenanzas emanados de los Cabildos de la época, que limitan la tenencia de estos
perros a los carniceros y a ciertos regidores, únicos facultados para su empleo y manejo. A través de esta rica
fuente documental nos llega la primera noticia del uso del perro de presa como animal de lucha con sus
congéneres. Así, en diciembre de 1511, se establecía en la Isla de Fuerteventura, la limitación de un solo perro por
porquerizo y pastor de ganado – eso sí, provisto de zálamo- decretándose que quedasen doce perros castizos
para matar perros salvajes. También en Tenerife, allá por el 1516, se permite expresamente a D. Pedro de Lugo la
posesión de dos perros adiestrados con el fin de dar muerte a los perros cimarrones que causaban importantes
daños en los ganados, además de los carniceros, a quienes se admitían dos perros de presa para el servicio de las
carnicerías -a condición que los tuviesen atados noche y día- desatándolos solo para prender a las reses.
Pero aún hay mas referencias, el 25 de agosto de 1617 se dicta un bando que reza: “Acordaron que todo vecino
que tuviese perro de presa suelto y sin cadena, lo pueda matar cualquier persona sin ser castigado.”
El 19 de febrero de 1618: “Mandaron que los que tuviesen perros de presa no los traigan sueltos sino los tengan a
recaudo de suerte que no dañen a los ganados, sus dueños no los darán a esclavos, mozos de soldada ni
muchachos para que los lleven a apañadas”.
El 22 de marzo de 1632: “Por los daños que hacen en los ganados mansos y cerreros, mandan que todos los
vecinos maten los perros de ganado, quedándose sólo con un perro o perra de caza, y si fuese de presa, sea con
licencia del gobernador so pena de seis reales.”
En Enero de 1645: “ … pidiendo se maten los perros por el daño que hacen … todos menos uno, que les quede
para guarda de sus casas, teniéndole atado si es de presa o de ganado.”
Con esta dura finalidad –la caza de perros asilvestrados- ya se criaban estos canes en las Canarias recién
conquistadas, llegando hasta la edad contemporánea con similar cometido al de sus antepasados.
La distinción “de presa” se empleaba ya en el siglo XVI y ha durado hasta nuestros días, puesto que la tradición
oral ha mantenido viva esta denominación para referirse al perro de agarre que desde entonces ha existido en
Canarias. Tal vez durante la época dorada de las peleas caninas -años cincuenta- fuera cuando más se popularizó
nuestro perro de presa, dado que la afición a este deporte clandestino arrastraba gran expectación en todas las
Islas.
De ellos se exportaron ejemplares al Continente, donde se llegaron a emplear en montería (tal y como sus
ancestros ibéricos), también al entonces Sahara español para realizar tareas de guarda e incluso, algunos
estudiosos, llegan a afirmar que tuvo que ver con el origen del Dogo Argentino, relacionándosele en Sudamérica
con el Perro de Presa Cordobés.
Si hay algo común a todas estas etapas, y en lo que coinciden todos los aficionados de cualquier época es el
patronímico con el que se conocía aquella raza canina: “perro de presa” o “perro presa” y, excepcionalmente en
algunos lugares del interior de Gran Canaria, “perro de la tierra” o “perro del país”. También en Tenerife parece ser
costumbre señalarle como “verdino”.
En la década de los ochenta surgió en las Islas capitalinas el movimiento de recuperación racial del perro de presa,
pues la afición había decaído notablemente y pudo haber desaparecido la raza. Así se fundaron dos asociaciones
para su rescate, una en Tenerife y otra en Gran Canaria. Ambas trabajaron a su manera por alcanzar el objetivo
trazado, que no era otro que recuperar al perro de presa y lograr su reconocimiento oficial como raza española
moderna. La recría se inició básicamente con ejemplares grancanarios, ya que la población más importante se
encontraba en esta Isla, exportándose posteriormente a Tenerife, donde no existía tradicionalmente ni la afición ni
el número de animales que se mantenían en la Isla redonda
En esta etapa se planteó el problema del nombre, ya que al difundirse la raza fuera de nuestros límites insulares,
se topaba con otras variedades ya existentes que compartían la denominación de presa, tal es el caso del Presa
Mallorquín o “Ca de Bou”, originario de las Islas Baleares. Por tanto, se le añadió al nombre su condición
geográfica: “canario”. De tal forma que el diferencial canario identificaba perfectamente a la raza frente a las
variantes foráneas.
Las desavenencias entre los criadores de las dos Islas devino en la ruptura de ambas aficiones, situación que se
agravó cuando desde Madrid se designó Club Oficial de la raza a la Asociación tinerfeña, sometiendo a los
grancanarios al mas completo de los olvidos y abocando al tipo de presa que se criaba en esta Isla a la
desaparición paulatina. Aún así y merced a los esfuerzos de los entusiastas y amantes del presa se logró mantener
viva la raza y, además, difundir a nivel internacional la existencia de este entrañable animal propio de nuestras
Islas.
Ya en el Primer Simposium Nacional de Razas Caninas Españolas, celebrado en Córdoba en enero de 1982, los
veterinarios Fernando Real Valcárcel y Santiago Rodríguez Hernández, presentaron varias ponencias técnicas con
las que se iniciaba el estudio científico de la raza, tituladas así: 1.Historia, Genealogía y Aptitud del Perro de Presa
Canario, 2. Contribución al estudio Zoométrico del Perro de Presa Canario y3.Proyecto de Patrón Racial del Perro
de Presa Canario..
Con la denominación de perro de presa canario fue reconocido oficialmente como raza canina española en
diciembre de 1989 y así figura en el Patrón Oficial de la misma, registrado por la Real Sociedad Central para el
Fomento de las Razas Caninas en España (hoy R.S.C.).
La Ley autonómica 7/1991 de 30 de abril, de símbolos de la naturaleza para las Islas Canarias designa símbolo
animal de la Isla de Gran Canaria al perro de presa canario (“canis familiaris”), a propuesta del Cabildo Insular de
esta Isla.
Para mayor abundancia, nadie mejor conocedor que nuestros campesinos, quienes han lidiado durante siglos con
el perro tradicional de la tierra, para preguntarle si ha conocido alguna vez un “dogo”. La pregunta –casi con total
seguridad- le sonará a coreano al paisano y le pondrá en un serio aprieto. Pero si se le menciona el perro de presa
la contestación será tajante y clara.
Cinco siglos de historia avalan, de una u otra forma, la originaria denominación de esta peculiar raza de la que nos
sentimos orgullosos sus devotos seguidores. Hoy en día (afortunadamente muy lejos de las peleas caninas de
otrora) en nuestra raza se conjugan algunos méritos que la dignifican, como son su tremenda nobleza, su fidelidad
inquebrantable al dueño, su inmenso valor y su equilibrio de carácter que le hacen tranquilo en el hogar e intratable
en la guarda.
Pero hete aquí que finalizando el siglo XX (o comenzando el XXI, según se mire) la providencia cinófila nos depara
una sorprendente noticia. Resulta ser que la Sociedad Canina de Madrid decide cambiar el nombre a nuestro perro
de presa y, sin más explicación, aplicarle otro diferente. En lugar de llamarse perro de presa debe pasar a
denominarse “dogo”. “dogo canario”. Con esa nominación se le define en una Circular de dicho organismo y ya ha
aparecido en todos los catálogos de exposiciones y en cuanta documentación administrativa se precisa para la
tramitación de su pedigree.
Ya el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en pleno Siglo XVI, contenido en su edición de 1732
define Dogo de la siguiente manera: “Dogo fm. Perro grande que sirve para guardar las casas y combatir con los
toros y otras fieras. Viene esta voz de la palabra inglesa Doggs que significa perro y los perros Dogos los traen de
Inglaterra. Lat. Britannicus canis major.” La edición de 1803 añade a la anterior definición: “Dogo: sm. Lo mismo
que Alano o Perro de Presa.” Y la de 1843 amplia las anteriores con el siguiente párrafo: “... Molosus domésticus
perro corpore, molosso tamen similis.”
Si el significado de tal expresión es el que la Real Academia afirma: perro de presa (y no creo que pueda ser objeto
de discusión la autoridad lingüística de dicha Institución), ¿qué sentido tiene el cambio de denominación? ¿por qué
ignorar la historia y abandonar el nombre con el que le han llamado las generaciones que lo crearon y lo
mantuvieron vivo para que nuestros nietos lo disfruten? ¿Cómo se puede plantear tal atrocidad desde la Meseta
sin que los canarios se sientan ofendidos?
Por si no fuera suficiente que el Club Oficial fuese un regalo de Madrid a la afición tinerfeña, asignándole
capacidad para designar jueces de la raza, admitir o rechazar las inscripciones en el Libro Genealógico, modificar
el Patrón Racial cuantas veces lo desee y, por lo que se ve, hasta cambiarle el nombre a nuestro perro sin ninguna
autorización; ahora también se nos hurta el nombre originario de la raza para sustituirlo por algo que nadie
identifica con el perro de presa isleño.
Y en esa situación nos encontramos: sin consultar a los aficionados grancanarios, a los que se viene marginando
sistemáticamente desde 1989, sin que se pida autorización al Gobierno de Canarias, que debe velar por los
símbolos naturales del Archipiélago, ni al Cabildo de Gran Canaria, defensor del perro de presa canario como
emblema animal de su Isla, ni mucho menos a la sociedad canaria, puesto que esta raza es patrimonio de todos
los canarios y a ellos se debe su existencia.
Fuentes del Club de Tenerife apuntan que la Federación Cinológica Internacional exigió tal cambio de
denominación como condición para admitir el reconocimiento internacional de la raza. Algo que parece injustificable
desde cualquier punto de vista mínimamente razonable. Según ese razonamiento, parece que la traducción de
“presa” a otros idiomas podría resultar una incitación a las peleas caninas: Poderoso razonamiento que se cae por
su propio peso con sólo hojear el Diccionario. Ejemplos sobran a lo largo y ancho de este mundo redondo, puesto
que un nombre no tiene por qué tener traducción literal. En Brasil se llama Fila Brasileiro a su perro de presa
nacional y en todo el mundo se le conoce como Fila y punto. Caso similar es el del perro portugués Fila de San
Miguel. El Tosa Inu o perro de combate Japonés es conocido internacionalmente por tal denominación sin que
importe mucho su traducción. Lo mismo podríamos decir de muchas otras razas y nadie se escandaliza por ello.
Pero aún así ¿estaría justificada tal renuncia histórica por el mero hecho de que a unos señores establecidos en
Madrid o Bélgica no les agrade el auténtico nombre de nuestro perro? ¿Acaso el uso que se pueda dar al animal
esta en función del nombre de la raza? ¿Puede una asociación canina (por muy importante que sea) cambiar una
parte de nuestra historia a su antojo?. Por otra parte, el reconocimiento oficial asignado por la F.C.I. ni es ni será
un elemento decisivo para la pervivencia de la raza. Todo lo contrario, salvo el posible interés mercantil de
determinados sectores vinculados al comercio canino, no parece que a la afición le interese demasiado tal
reconocimiento cuando se está enfrentando a problemas estructurales muy graves, tales como la displasia de
cadera, la pérdida del carácter típico de la raza o el cada vez más acusado mestizaje con Bullmastiff.
Sin embargo parece que a nosotros se nos exige asumir con resignación que Madrid o Bruselas cambien la
histórica denominación de origen, modifiquen un elemento de nuestra cultura tradicional y de nuestra simbología
insular sin que rechistemos. Peor aún, el Club oficial que debería velar por la raza, permite tal despropósito sin
abrir la boca y las Administraciones ni se inmutan, mientras los artífices del entuerto – imaginamos - se troncharán
de la risa.
Sentimos decirles a todos ellos que en Gran Canaria, los aficionados seguiremos criando el perro de presa
tradicional, sin imposiciones foráneas y fieles al patrón racial originario. Los que se identifiquen con tales principios
tendrán en el Club del Perro de Presa Canario de Las Palmas una herramienta para seguir en su línea, los que no,
siempre podrán apuntarse a la cinofilia contemporánea que ya ha demostrado el respeto con que el que trata a la
historia y a las peculiaridades de las razas caninas ajenas.
Registro Nacional de Asociaciones del Ministerio del Interior
con el nº. 595790.
Inscrito en el Registro Nacional de Asociaciones del Ministerio del Interior con el nº. 595790.